Hace un tiempo, en una conversación muy amena sobre educación con Julián de Zubiría, hablábamos de que la principal dificultad que enfrentaba hoy el país era un ataque constante a la racionalidad de los colombianos. Zubiría citaba al psicólogo y profesor de Harvard Steven Pinker, un defensor acérrimo de la racionalidad, para referirse a los sesgos en la percepción de la realidad que tenemos las personas, los cuales nos llevan a reafirmar nuestras propias creencias más que a buscar la verdad objetiva de las cosas.
Pinker es un gran optimista, defiende con datos objetivos que el mundo sigue desde hace décadas una tendencia a la mejora, y que el progreso, empujado por el desarrollo tecnológico y el avance de la democracia, no se ha detenido ni muestra signos de hacerlo prontamente. Su visión del mundo contrasta drásticamente con aquella que nos vende a diario las noticias, tanto nacionales como internacionales, enfrentándonos a una cotidianidad de desasosiego, desesperanza, crisis económica y guerras.
“En la asimilación sesgada, los individuos buscan argumentos que ratifiquen sus creencias y se protegen de aquellos que podrían refutarlas”, dice Pinker en uno de sus libros. Y agrega además que estamos viviendo en una sociedad donde la verdad no se busca, sino que se decide dependiendo de qué lado se esté. La verdad entonces es la que dicen los que piensan como yo.
El problema es que en el país está haciendo carrera una verdad evidentemente ideologizada que ha permeado todos los espacios de la sociedad, y que ya no sólo es defendida por los opositores del gobierno, sino por los medios de comunicación del establecimiento y sus gremios económicos: que Colombia va camino a la ruina. Una terrible profecía que al parecer tiene adeptos trabajando día y noche para hacerla realidad.
Lo vemos en el debate de la Reforma a la Salud, en el que se ha repetido hasta el hartazgo que Petro quiere estatizar la Salud, pero se escoge ignorar que el sistema propuesto mantiene la participación de las clínicas y hospitales privados, que representan el 80% de los prestadores de la salud. En los análisis alarmistas no se dice que las EPS son un modelo de aseguramiento que hoy están demostrando su fracaso, acumulando escándalos de corrupción y evidenciando problemas financieros cuya responsabilidad se le achaca al Estado.
Mi afinidad con las reformas sociales de este gobierno, en especial con la de la salud son de público conocimiento. Soy un socialdemócrata y desde la campaña presidencial reconocí en Petro al único candidato de corte liberal en la contienda, por eso decidí apoyarlo en la primera vuelta, apartándome incluso de la recomendación del jefe de mi partido que invitaba a votar por un contrario. Fue el convencimiento de que estas reformas del cambio no son de Petro, sino son las que necesita Colombia lo que también me llevó a renunciar a la vocería del Partido Liberal en la Cámara de Representantes, pues no había una postura clara por parte del partido que yo pudiera, en buena fe, defender frente a la reforma a la Salud.
Pero no me considero un seguidor de personas, sino un seguidor de causas, y estoy casado con la causa de hacer transparente el manejo del dinero público de la salud, de llevar este derecho a los lugares más apartados del país, ahí donde no es negocio, y de que el Estado asuma la responsabilidad de administrar los recursos de la salud, para que pueda girar con trazabilidad, fiscalizar con efectividad, y sancionar con pertinencia.
No permitamos que se nos olvide que la discusión sobre la esencia de la reforma es esta, lo demás se está usando como sofisma de distracción por aquellos que quieren tumbar a toda costa esta y todas las reformas, sin discutirlas, sin ponderarlas, sólo por el sesgo de que provienen de este gobierno. En mi caso reitero que solo retiraría mi apoyo a la reforma a la salud si el gobierno permite que se desnaturalice.
Me adscribo a las palabras de Pinker: “el sesgo ha invadido progresivamente nuestras deliberaciones”; y es que al menos yo veo muy pocos análisis ponderados.
Poco se habla, por ejemplo, de que la llegada de turistas extranjeros aumentó un 29% con respecto a 2022, mostrando que va bien encaminada una de las principales apuestas del actual gobierno. Que el desempleo retrocede (estamos en 9.3%) y ya regresamos a niveles de 2018, es decir, logramos borrar los estragos de la pandemia en esta materia. Que la inflación cae por séptimo mes consecutivo, que el peso se apreció 21.4% el último año siendo la moneda más valorizada del continente. Que la deforestación bajó un 70% en los primeros nueve meses del 2023, que este gobierno ha comprado más tierras para los campesinos que los últimos gobiernos. Que se han incautado 600 toneladas de cocaína desde que Petro es presidente, pese a que se injurie al gobierno tachandolo de amigo del narcotráfico.
Y no contento con eso se ha avanzado también en promesas esenciales para el cambio en Colombia, como la educación superior gratuita, pues gracias al Decreto 1907/2023 se garantizó el 100% de la matrícula en 64 universidades públicas. Hemos llegado hasta el absurdo de descalificar la histórica reunión del presidente con los principales representantes del empresariado del país para alcanzar el tan anhelado Acuerdo Nacional.
Son datos y hay que darlos, aunque algunos sigan empecinados en vivir en ese mundo de sesgos y prejuicios del que habla Pinker, un mundo donde la racionalidad no tiene cabida, y en donde no importa que sufran muchos para que la “verdad” siga siendo de unos pocos.
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